Publicada en 1965, Dune fue, sin duda, tal y como citó en una ocasión Arthur C. Clarke (astrofísico y renombrado escritor del genero) a la ciencia ficción lo que El señor de los anillos fue a la fantasía. Del mismo modo, podemos asumir que Frank Herbert es el J.R.R. Tolkien de la sci fi. Dune es el manifiesto fundacional de las sagas de ciencia ficción de alta duración (muchos libros) y con muchísimo contenido de lore, y un universo prácticamente inabarcable, no solo por espacio, si no por contar con millones de años de historia. Y este libro es el primero de esa larga saga que continua a día de hoy de la mano del hijo de Frank, Brian Herbert, en coautoría con Kevin J. Anderson.
La historia nos sitúa en un momento de la historia millones
de años posterior al actual, la humanidad se ha extendido más allá de la Tierra,
pero no a lo loco, en plan Star Wars. Solo una pequeña fracción de la impensable
cantidad de planetas han sido habitados, la humanidad está dispersa por el
Universo. Esta humanidad desperdigada está gobernada por un frágil equilibrio de poderes,
que pese a su fragilidad se mantiene desde hace más de 10.000 años, y se conoce
como la Gran Convención, formada por tres vertientes. Al frente, se encuentra
el Imperio, que aglutina todos los planetas y sus gobiernos, controlado por la Casa Corrino, y la cabeza de esta, quien es, a la sazón, el
emperador. Este emperador gobierna como una especie de árbitro absoluto entre los diferentes poderes. El emperador, que en el tiempo del libro es Shaddam IV, gobierna desde el planeta Kaitain, donde se encuentra su palacio imperial (con su familia), sus órganos de gobierno, y el Trono del León Dorado. Aparte de Kaitain, el emperador posee otro planeta, que es la posesión ancestral de la Casa Corrino: Salusa Secundus. Este un terrible planeta prisión (donde son enviados los enemigos del Imperio), del cual nada sabe nadie fuera de los Corrino y sus aliados.
En segundo lugar, está el Landsraad, la aglutinación de
todas las Grandes Casas, quienes a su vez, cada una gobierna un planeta (como mínimo,
pueden gobernar mas) de forma absoluta (bajo los títulos de condes, duques,
barones, etc.), y tienen bajo su mando Casas Menores. No se sabe cuántas Casas
Mayores hay, pero son muchísimas. Por esta razón el emperador no puede hacer lo
que le dé la gana, porque todas las Casas se lo comerían vivo. Pero la
situación de constante sospecha entre Casas influye en que las conspiraciones contra
el emperador no lleguen a nada, por si puedes acabar metido en una red del
emperador o de otra Casa. El Landsraad es dirigido por el Alto Consejo,
formado por las cabezas gobernantes de las Casas más poderosas (la Casa
Corrino, con el emperador al frente, también tiene voto). Para controlar a estas Casas, el emperador posee un ejercito privado gigante, los Sardaukar, que son la potencia militar mas temida del Universo. Una fuerza de guerreros fanáticos entrenados y condicionados (mediante métodos secretos) desde la infancia para ser mortíferos y absolutamente leales al emperador. El temor de encontrarse de pronto con una invasión de Sardaukar sedientos de sangre en las puertas de su planeta es un disuasorio importante.
En tercer lugar esta uno de los más misteriosos poderes del
libro: la Cofradía. Esta misteriosa orden tiene el monopolio absoluto de los
viajes espaciales y el transporte entre planetas, nadie, ni siquiera el
emperador, puede viajar sin su permiso y su ayuda. Y es que de toda la
humanidad, solo ellos atesoran los mapas del universo, las rutas, los
mecanismos de viajes de larga distancia en el espacio,… Ellos son quienes
mantienen unido al Imperio, y a la humanidad. Y por supuesto, cobran unas
sustanciosas tarifas por ello. También controlan la banca interestelar. Quien
osé desafiarles se verá condenado al ostracismo, la Cofradía simplemente
cancelara todos sus derechos de viaje, por lo que esa casa quedara sin posibilidad
de viajar o transportar cualquier cosa. Sin embargo nadie ha visto jamás a un
navegante de la Cofradía, se mantienen bien ocultos en sus gigantescas naves,
solo se ve a sus agentes. Por supuesto, sus pactos secretos con el emperador,
contribuyen a mantener bien alejadas a las Casas de traicionar al Imperio: por ejemplo podrían trasladar un ejercito de Sardaukar hasta cualquier planeta que osara conspirar contra la Gran Convención.
En este contexto, que consta de un worldbuilding bastante
complejo y con una primera lectura difícil (de ahí que me haya molestado en
explicarlo) nuestro protagonista es el joven Paul Atreides, hijo del duque Leto
Atreides, Casa Mayor gobernante del planeta Caladan. Sobre esta familia se
cierne la sombra de sus enemigos más ancestrales: la Casa Harkonnen, gobernada por
el terrible barón Vladimir Harkonnen, un GORDO mórbido y monstruoso, amante de
la crueldad y hábil conspirador, quien amasa una de las mayores fortunas del
Universo y gobierna varios planetas. El barón, supremo antagonista del libro
desde el minuto 1, se las apaña para tender una trampa que los Atreides no
pueden evitar: convence al emperador de que los Atreides se han vuelto demasiado peligrosos (el duque Leto estaba preparando un hábil ejercito y contaba con el apoyo y el respeto de muchas de las Casas, era probablemente el miembro mas respetado del Alto Consejo) y que lo mas sensato es eliminarlos, para lo cual se une a la conspiración de los Harkonnen. El emperador concede a los Atreides el feudo del
planeta Arrakis, lo que les obliga a trasladarse.
Este planeta, también llamado Dune, anteriormente gobernado
por los Harkonnen, es conocido por ser el lugar más peligroso de todo el
Universo, un gigantesco planeta desierto donde apenas hay vida y el agua lo es
todo, habitado por unos terribles gusanos de arena que podían llegar a medir
entre 450 y hasta 1000 metros de longitud, que se mueven bajo las arenas. Pese
a ello también es el lugar donde se encuentra la sustancia más valiosa del
Universo, la especia o melange, una sustancia que se encuentra en el desierto y
cuya extracción es extremadamente peligrosa (debido a los gusanos) que sirve
para potenciar los sentidos o las habilidades psíquicas, llegando a conceder
una percepción extraordinaria (pagando el precio de la adicción).
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