Morder el bordillo, publicado en 2020 por la editorial Orciny, es una excelente forma de acercarte por primera vez al género bizarro. El bizarro es, tal y como cita en sus libros la propia editorial Orciny (especialistas del bizarro) “el género de lo extraño; la sección de culto de un videoclub; a veces es surrealista, y a veces ridículo, pero siempre una ida de olla; es grotesco; puede llegar a rozar la pornografía…” Todo esto y mucho más. Además este género, del que me declaro fan incondicional, suele estar abanderado por autores independientes poco conocidos; tienes que estar metido en el mundillo para conocerlos. Pero una vez abres la puerta del bizarro, o huyes espantado mientras te vomitas la pechera del asco, o del mareo de las vueltas del argumento y las locuras del autor, o te quedas para siempre, y descubres un mundo que a veces no comprenderás, pero siempre te sorprenderá.
Alfredo Álamo es uno de estos autores, especialista del género, con un fuerte acento en el terror y la ciencia ficción, pero siempre (o casi) en un tono cómico.
Morder el bordillo es la historia de Pedro, a quien sus colegas llaman el Puños, un skinhead neonazi de Valencia bastante descerebrado (y exagerado hasta lo risible), con todos los clichés clásicos, como si fuera un personaje de La que se avecina: odia a las feministas, se mete cada cinco minutos con la “paguita” de los inmigrantes, suelta charlas sobre el “puto lobby queer”, etc. Y por supuesto, lleva las pintas clásicas del skinhead: rapado, agresivo, chulesco, con botas militares, siempre con una birra en la mano (para bebérsela y para lanzarle la botella al primer rojo/gay/inmigrante que vea) y lleva un puño americano en el bolsillo. Y todo ello pese a ser bastante canijo y esmirriado.
Yo me imagino a Pedro un poco así, como el chaval prota de American History X (Edward Norton no, el otro, el hermano pequeño). Pero con mas pinta de bobo.
La vida de Pedro cambia
cuando recibe una paliza de un grupo de antifas y le rompen la cabeza a golpes.
El chico descubre que le ha sido concedido un extraño (y bastante cabrón) poder:
cada vez que reciba fuertes contusiones en el cráneo, Himmler, quien es su guía
espiritual (si, Heinrich Himmler, el líder de las SS y uno de los arquitectos
de la Solución Final y del Reich), se le aparece y le conduce a una entidad “divina”
distinta. A través de una serie de palizas que le van sacudiendo, al principio
porque el chaval es un broncas, y más adelante porque las busca aposta para
recibir las revelaciones, conoce al dios indio Shiva, a Jesucristo (quien se
le aparece en bañador, durante una fiesta en un jacuzzi, con una nevera llena de cervezas, todo buenrollista y molón),
etc. Y descubre que el fin del mundo está cerca, y solo él puede evitarlo.
Alfredo Álamo nos conduce hábilmente
por esta historia donde este chico, que al principio da asco y luego pena,
porque es un pobre inútil, deberá enfrentarse junto a su prima tarotista y
feminista, a una siniestra secta (la Iglesia de la Virgen de la Palma Ardiente)
que en realidad es una parodia de la Iglesia Palmariana, cuyo objetivo es adelantar
el fin de los tiempos a…ya. Los de la secta son muy divertidos, son tal cual
los palmarianos, tienen su propio Papa, que se considera elegido por una
revelación, no obedecen los dictados de Roma, y tienen una catedral-sede-fortaleza
en medio del campo de España, igualita al Palmar de Troya (la sede palmariana).
Durante la loca carrera de los dos primos por evitar la destrucción total, son perseguidos por una especie de exorcista mexicano armado con machetes y metralletas enviado por la secta (joder, es imposible no pensar en Danny Trejo como Machete). Pero ambos son ayudados desde lejos por un expresidiario nazi gigantesco todoterreno, a quien un mini-Hitler producto de su imaginación le ha encargado proteger a los jóvenes.
El libro es la locura que tiene
que ser, y no defrauda en ningún momento, te partes de risa con las ostias que
se lleva Pedro, con cómo se desespera Marisa (la prima tarotista) con el cazurro
de su primo, y con el mini-Hitler. Se lee en un plis, son 170 páginas de libro
de bolsillo, y no decae en ningún momento: es hiperbólica e irreverente,
antifascista pese a tener dos protagonistas nazis (el gigante y Pedro), critica
la religión, pero sobre todo, divertida a más no poder. Literalmente lo que
llamarías una fumada. ¿Sabéis la cara que se os queda cuando os proponen ver
una película sobre un exorcista que se va convirtiendo en velocirraptor, o
sobre tiburones voladores nazis, o sobre Abraham Lincoln cazando vampiros a
hachazos? Pues eso es este libro. ¿Qué muchísimas cosas no tienen sentido?
Claro. Pero es que no intenta tenerlo. Es un libro ameno, divertido, desenfadado, obsceno.
Para mí, súper divertido. Y además
pese a ser tan fumada, no carece de cierta simbología: quitando las criticas
religiosas en general, y a la secta del Palmar en particular; por ejemplo, el
propio Pedro, pese a comenzar como un skin imbécil, acaba visualizándose como
un profeta (recibe revelaciones) y un mártir (para alcanzar sus revelaciones
debe someterse al dolor, concretamente, a que le abran la cabeza).
Por último, pero no menos
importante, también hay unas viñetas sobre un personaje muy especial: Hans, el
Koala Nazi.
Él nació para morder el bordillo. Al menos que valga la pena.
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