Esta es la opera prima de Josh Malerman, escritor estadounidense que antes de
lanzarse a la escritura ha sido el cantante y compositor del grupo de rock The
High Strung, llegando a tocar 250 veces al año, en una gira de seis años de
duración. En 2014 publicó Bird Box,
que en España se tradujo como A ciegas. Después
de eso ha seguido escribiendo libros, y en 2020 fundó la productora cinematográfica
Spin a Black Yarn junto a Ryan Lewis, y produjo su primera película, We Need to Do Something, que se rodó en
secreto, durante la epidemia del COVID-19. La película se estrenará en algún momento
de 2021.
A ciegas posee varias etiquetas: en primer lugar es una novela de
terror post-apocalíptica, en un mundo que ha cambiado para siempre tras la
llegada de unas criaturas cuya visión nos lleva a la locura. En segundo lugar, también
pertenece a un raro subgénero del terror: el quiet horror (“horror silencioso”), cuyas características ya reseñé
en el artículo sobre El sol de medianoche, de Ramsay Campbell. Principalmente es un estilo caracterizado
por la escasez o ausencia de elementos morbosos o sanguinarios, alargando las
escenas de tensión, concediendo mucha importancia al factor psicológico, etc.
También tiene algo de novela experimental, por características que desarrollaremos
a continuación.
El libro empieza casi por el final:
Malorie es una joven madre superviviente de algún tipo de holocausto provocado hace
5 años por unos seres (desde el minuto uno, Malerman nos avisa de que hay algo ahí
fuera) cuya mera visión nos destruye la mente. Lleva más de cuatro años y medio
viviendo en una casa de varios pisos que tiene todas y cada una de las ventanas
al exterior cegadas (lleva literalmente todo ese tiempo sin ver el exterior)
junto a sus hijos (a los que no se ha atrevido a poner nombre por algún tipo de
miedo no concretado, se refiere a ellos solo como niño y niña). Cada vez que
tiene que salir al pozo del jardín a por agua lo hace con los ojos vendados. Es
una mujer dura que ha vivido cosas duras, y ha criado a sus hijos con mano de hierro para que se adapten a este mundo nuevo, a veces odiándose a si misma, pero con buenos resultados.
Les salvas la vida para que vivan una que no vale la pena vivirse.
Malorie sabía desde hace mucho
que en algún momento tendría que marcharse de ese lugar y lleva cuatro años,
desde que nacieron, adiestrando a sus hijos para que aprendan a OIR, en mayúsculas.
Fiarse de su sentido del oído por encima de todo, pues la vista es peligrosa, y
así poder desenvolverse en el exterior. Usar los ojos puede significar ver a
uno de esos seres, y entonces se acabó. Los ha convertido en verdaderos
Daredevils, pueden oír caer una hoja a varias habitaciones de distancia. Han
aprendido a fiarse de su oído como nosotros aprendemos a fiarnos de los ojos
desde que nacemos, como sentido principal.
Llegado ese momento, Malorie saca
a sus hijos de la cama, los viste, los tres se vendan los ojos, y abandonan la
casa con una bolsa de provisiones. En el rio que está a unos pocos metros detrás
de la casa, se montan en una barca e inician un peligroso viaje “a ciegas” para
llegar a un destino que no se nos desvela hasta el final de la novela, solo
sabemos que Malorie quiere algo mejor para sus hijos. Mientras ella rema, los
hijos harán las veces de radares para avisarle del peligro.
Usando la trama de este viaje
como hilo conductual, Malerman nos explica, a través de los recuerdos de la protagonista, cómo empezó todo: Malorie y su
hermana Shannon vivían juntas cuando Malorie queda embarazada de un hombre que
no tiene ninguna importancia en la novela. Paralelamente empiezan a llegar
noticias de lo que llaman el Informe Rusia, o el Problema: algunas personas al este de Europa
han atacado con consecuencias mortales a otras y a continuación se han
suicidado. Lo que parecía una locura transitoria ocurrida en un lejano país se
convierte en una epidemia que asola el mundo entero, y nadie conoce la
explicación. Desesperada, Malorie abandona su piso y se dirige a una casa
cercana en la que vive un grupo de gente que se ha puesto a salvo de la
situación, encerrándose con muchos víveres (sabe de la casa por un anuncio en
uno de los últimos periódicos). Malorie es acogida por los miembros de la casa,
que es dirigida por un ex profesor llamado Tom, cuyo objetivo es intentar averiguar lo máximo posible acerca de que les está sucediendo, al tiempo que trata de
encontrar la manera de mejorar sus condiciones de vida. Un líder nato,
inteligente e incansable en la búsqueda de respuestas y soluciones.
Tom es el primero que propone en
voz alta la teoría de que todo esto sucede por la acción de unos seres vivos,
que a falta de ninguna forma mejor de referirse a ellas reciben el nombre de “criaturas”.
Tom propone que quizá las criaturas no sean seres malvados, dado que no se
conoce ningún caso en el que hayan atacado directamente a los humanos, y una
puerta cerrada de una casa normal no detendría a nadie que de verdad quisiera
entrar. Cree que quizás sean solo seres de otro mundo que se ha visto solapado
al nuestro por alguna razón, y son tan drásticamente distintos a nuestra
realidad consciente que el contemplarlos produce ese efecto en nosotros,
nuestra mente no puede asimilarlo y se fragmenta. Pero quizá las propias
criaturas se hallen tan confusas como nosotros ante la situación, quizá no
sepan que producen ese efecto, quizá no entiendan lo que pasa (lo cual no
quiere decir que no sean extremadamente peligrosos para nosotros). Es un planteamiento
similar al que surge cuando los protagonistas de la novela Esfera entran en contacto con lo que yace en su interior: los
hechos imprevisibles que pueden surgir cuando seres de realidades absolutamente
opuestas que jamás deberían haber entrado en contacto, por alguna razón, lo
hacen. Es posible que las consecuencias de ese contacto no tengan nada que ver
con la naturaleza original o las capacidades de los seres desencadenantes, que
en este caso son las criaturas.
No sabemos qué son, nuestras mentes no pueden comprender a esas criaturas.
Por lo visto son como el infinito. Algo tan complejo para nuestras mentes que
no alcanzan a concebirlas.
De este modo, Malerman aleja a las
criaturas del foco de seres malignos-villanos que suelen habitar este tipo de
novelas de terror, al tiempo que llena el libro de preguntas como ¿Qué son
estos seres? ¿Qué quieren? ¿Quieren acaso algo? ¿Cómo piensan?
“¿Sabrán lo que hacen? ¿Pretenden hacer lo que hacen?”
“¿De qué nos habéis privado? ¿Qué estáis haciendo aquí? ¿Acaso tenéis un
propósito?”
Por otro lado, mientras conviven
en la casa y van haciendo frente a distintas situaciones entre todos, tratando
de alcanzar distintas respuestas y/o soluciones, los habitantes de esta deberán enfrentarse a duras decisiones sobre la supervivencia. Por ejemplo: ¿Cuántos caben
en esa casa? ¿Debemos seguir acogiendo a posibles supervivientes, o abandonar a
personas fuera, a su suerte? Y también deberán recordar que antes de la locura generada
por las criaturas, había mal en el mundo, un mal que provenía de nosotros
mismos. La maldad que las personas pueden ejercer. ¿Y si el verdadero peligro
no es el que acecha fuera, si no el que reside dentro? Cuando todo se cierra,
las personas peligrosas pueden hacerse con el control.
Y una última pregunta nunca les abandona: ¿Qué sucede si alguien que ya está loco ve a las criaturas?
Frente a todo esto, Malorie nunca deja de recordar que está embarazada, y que su gestación avanza. Todo cuanto le sucede lo contemplará a través del filtro de ese futuro bebe.
Malerman es muy ladino, porque
desde el primer momento nos deja caer que en esa casa, en algún momento entre la
llegada de Malorie y el momento en que nacen los niños (sabemos que los cría
sola), ha ocurrido una desgracia. En primer lugar está sola, Tom y el resto de
habitantes no están allí, y en segundo lugar hace un par de referencias a unas
manchas de sangre. Así que todos los capítulos sobre cómo se van desarrollando las
cosas a partir del momento en que Malorie entra en la casa los leemos sabiendo
que todo va a estallar, que una tragedia va a llegar, y que como mínimo, varios
van a morir, quizá todos. Pero no sabemos cómo. Y estamos esperando que ocurra.
Esa situación va cargándose de tensión hasta un desenlace final.
El autor juega continuamente con
el peligro de las criaturas y con las preguntas que suscitan, pero no las
muestra en ningún momento. Malorie llega a estar a centímetros de una, pero
jamás llegan a verse. Podemos quizá ver aquí un poco de metaliteratura: no
podemos verlas porque si las viéramos nosotros mismos, los lectores, nos volveríamos
locos. Malerman ha podido escribir esta obra porque esta cuerdo, si pudiera
describirla, es porque hubiera visto una de las criaturas, y si la hubiera
visto, el también habría enloquecido, y no habría escrito la novela.
Esta característica que
condiciona todo el libro, se extiende por toda la trama: en ningún momento
vemos la acción. Siempre sucede fuera de cámara: historias que cuentan algunos
personajes, recuerdos apenas entredichos, los protagonistas paseándose vendados
por lo que oyen cosas, pero jamás las ven, etc. Es una novela donde todo se
sugiere, pero jamás se muestra.
A ciegas ha cogido importancia en los últimos tiempos, y no solo
por el estreno de su película, si no por fuertes comparativas que tiene con el
estado del confinamiento durante la pandemia de COVID-19. Recordar que se
escribió en 2014, esto no estaba premeditado. Es una casualidad, pero aun así
al leerla, no puedes evitar sentirte identificado: el confinamiento en la casa,
el hecho de no saber cuándo van a cambiar las cosas o si lo van a hacer, la
duda ante todo, el recuerdo del tiempo que fue y el temor porque ese tiempo no
vuelva, la nostalgia por los tiempos perdidos, etc. Incluso tienen que llevar
un protector, en vez de una mascarilla, una venda, y Malorie menciona que “nunca se ha acostumbrado al tacto de la
tela de la cara”. Como mucha gente nunca se ha acostumbrado bien a la
mascarilla, produciéndole irritaciones, entre otras cosas. Y mientras todo eso
sucede, perdemos contacto con el mundo exterior, acostumbrándonos al vivir en
el interior.
A fuera, en el exterior, el mundo se apaga.
Es una novela escrita con un
estilo sencillo y directo, muy dedicado a todas esas sensaciones de aquello que
no puedes ver. Se lee muy deprisa, y no tiene mayores complicaciones. Recuerda
bastante a Stephen King: tiene una fuerte carga dramática y lacrimógena, las
historias de los protagonistas, la situación, etc. son siempre muy tristes, y
Malerman es bastante cruel con ellos. En general ha recibido criticas positivas, y ganó el Premio al Libro Notable de Michigan de 2015 (Michigan Notable Book Award).
Se parece un poco a Un lugar tranquilo (2018), la película sobre los seres que tienen un oído extremadamente desarrollado y la humanidad aprende a vivir en un estado de silencio absoluto para evitar ser detectados y cazados por estos seres. Ambas obras prestan mucha importancia a la capacidad de sus criaturas de actuar sobre los sentidos, y los humanos debemos desarrollar estrategias acorde a esto (uno sobre la vista, otros sobre el oído). Además la prota de ambas está embarazada, y la escena del parto recuerda bastante. Quizá el libro inspiró la película de 2018. O quizá no, y es casualidad.
Pero yo tengo una crítica: pese a que es entretenida y se lee muy rápido, no acaba de romper. Y de pronto se acaba. Es una novela que lees esperando a que pasa algo, y no ocurre nada en ningún momento. Es cierto que la esencia de este tipo de libros es no alcanzar muchas de las respuestas, que queden ciertos preguntas en el aire, en la duda, dando lugar a nuevos interrogantes. Pero la habilidad de un buen escritor es responder las suficientes al tiempo que otras quedan el aire, un equilibrio difícil. Malerman directamente no responde ninguna (por lo menos acerca de las criaturas). No llegas a conocer nada, y en mi opinión, eso es excesivo por parte del autor: Campbell era muy esquivo en sus respuestas, pero si lees atentamente incluyendo los subtextos, pillabas gran parte de la “historia tras la historia”. Malerman directamente sumerge a sus personaje en la duda más absoluta, y en la duda se quedan, y tú con ellos. Aun así es una novela entretenida que merece la pena mas o menos, y mola todo el rollo insondable que transmiten las criaturas (aunque creo que se podría haber aprovechado mas con un tono más reflexivo, pero bueno).
“Son monstruos” piensa Malorie. Pero también sabe que son mucho más que eso. Son el infinito.
En 2018 Netflix estrenó una
adaptación cinematográfica, que recibió críticas mixtas. El argumento difiere
considerablemente de la obra original. Algunos de los cambios son buenos, el
personaje de John Malkovich mola mucho, pero la mayoría, como suele suceder,
son basura. La película no concede tanta importancia a la capacidad auditiva de
los críos. Tom en vez de un larguirucho profesor obsesionado por alcanzar respuestas
y ayudar, es un aguerrido macho ex soldado sensibilizado por lo que vivió en la
guerra (modelo de argumento que trata de moralizar la guerra, y a los
estadounidenses les encanta) que le echa los trastos de forma bastante
lamentablemente a Malorie, llegando a llamarla “mi niñera buenorra” para ligar
con ella. Por supuesto los sumerge en un romance que no tiene más cabida que
contentar al público, porque no viene a cuento de nada. Malorie no es una mujer
que se endurece durante lo sucedido en la casa, es una mujer ya endurecida (con
escopeta y todo), lo cual me gusta, pero no me gusta que Malorie pierda parte
de su protagonismo en favor de un Tom normalizado para respetar los canones de
Hollywood. El personaje de Olympia, que en el libro es bastante neutral, en la película
es una mimada llorica y con sobrepeso, con una mente débil y patética (es un
personaje diseñado por los guionistas para ser lamentable y patética,
literalmente, no tiene otra función, y eso no me parece ni necesario ni bien). Al final lo mejor de la película son los comentarios de John Malkovich,
pese a que su personaje no esté en la novela. Hay varias decisiones de guion
con las que estoy sumamente en desacuerdo. La mayor parte de la carga indirecta
de la novela desaparece, volviéndose directa, por una necesidad de
comercialización. De este modo, la mayoría de la filosofía detrás de todo el
argumento, que puede gustarte más o menos, se diluye. Casi toda la
tensión constante desaparece sustituida por escenas de acción estúpidas e
innecesarias. Pese a ello, relativamente sobrevive el centro de la novela:
Malorie, los niños, y las criaturas. En mi opinión: ved la pelicula o leed el libro, pero ambos no casan, no es una buena adaptación. Y eso que Sandra Bullock lo hace muy bien, igual que Malkovich, pero es que es insalvable.
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